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martes, 15 de septiembre de 2015

El taller de mi abuelo

Mi abuelo tenía un taller, uno lleno de utopías, de herramientas sucias por la grasa de motor. Me hablaba con esa voz madurada a veinte cigarrillos diarios. Deseaba encontrar las soluciones allí entre tantas flores negras.
Las personas del pueblo llegaban al garaje para que mi abuelo les remendara los neumáticos, el motor y la transmisión; también le llevaban neveras, televisores hasta muebles de madera. El olor a gasolina derramada por todo el piso de cemento y arenisca, las toneladas de cables y engranajes abandonados en cada esquina, los machetes expuestos en las paredes, un calendario con el divino niño, las mangueras y el soldador. Las llantas dañadas agrupadas en dos torres en la entrada, los trapos manchados, el jabón para lavarse las manos estaba negro.

"No existe otra manera que envejecer entre mi demencia"- Decía en sus habladurías solitarias, con el cigarrillo consumido aún en la boca y con entusiasmo limpiaba las piezas de metal. No sé si era verdaderamente feliz en aquel agujero, que incluso en las noches lluviosas encendía la única bombilla de tungsteno que tenía el taller, una luz que colgaba de un cable en una cercha en el techo, y todo aquel que no era precavido se golpeaba con el bombillo, y a mala suerte, lo acababa rompiendo. Un día se hartó de quedarse sin luz y compró una caja llena de bombillas nuevas, aún no se han acabado.

A mi abuelo no le gusta ni el indeciso brillar de los semáforos, ni las bocinas de los camiones en un pueblo pequeño. Le enervan los rosarios en los parabrisas, el inquietante observar de los retrovisores y la marcha atrás la hace con brazo por encima del asiento. Es enemigo de las líneas rectas de las carreteras y de la suavidad de la rueda sobre la carretera pavimentada. Pasa los aguardientes mirando las estrellas, pidiendo deseos a su "yo" ebrio tener un automóvil para guardarlo en su taller, esta cansado de asientos ajenos y de motores llenos de barro.

Bajo su bigote encanecido, su boca agrietada solo conoce los besos de su mujeres, de su tabaco y de sus botellas. Hace mucho ruido con sus herramientas, pero nadie se atreve a decirle nada. Mis recuerdos de él permanecen entre llantas y cadenas rotas. Su sabiduría sólo la compartía en a cocina, nunca se sentaba en la mesa y daba esa sensación de un hombre apurado, sosteniendo su plato de sopa con las manos y bebiéndolo sin cuchara, apoyado en la pared. Una vez terminado su presto platillo se limpiaba con la manga el bigote y decía una frase diferente cada día, frases que nadie supo de dónde se le ocurrían. "El hombre con las manos sin callos está destinado a mandar"; "Cuando ya no sirva, me dejan en el monte y yo me muero sólito"; "La madera de roble es buena pa' las mesas grandes y pa' pegar a niños necios"; "El amor es una cosa de locos, sino pregúntele a su abuela"...El silencioso tinteneo de los cubiertos con los platos se detenía con esa frase que decía, a veces las únicas palabras que le oíamos decir en el día a excepción de que en el taller se volviera a romper la bombilla y mi abuelo gritara un improperio que se escuchaba en toda la calle.

1 comentario:

  1. Tío me gusta esta pieza. Pensaba que iba a salir en cualquier momento un Aureliano Buendía y ese tercer párrafo reciclado del poema que aparece en la intro de standby muy bueno. Te felicito jefe.

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